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Hasta principios de la década de 1920, Irlanda y Gran Bretaña eran un mismo país.
Pero no todos los irlandeses estaban felices con la unión y muchos emprendieron una larga y sangrienta lucha para independizarse de Londres.
Un siglo después, la isla está dividida en dos naciones: Irlanda del Norte, parte de Reino Unido, y la República de Irlanda, en el sur.
La partición fue concretada en 1921, pero las tensiones en el norte perduraron por muchas décadas y se recrudecieron con el inicio del conflicto norirlandés en 1968, que desató una ola de violencia y se prolongó por 30 años.
Pero, ¿cómo y por qué la isla terminó partida en dos?
La complicada y turbulenta historia entre Londres y Dublín comenzó con la primera intervención cambro-normanda en Irlanda que se produjo en 1167 y se consolidó cuando el entonces rey Enrique II de Inglaterra desembarcó con un gran ejército en 1171.
Consecuentemente, gran parte de la isla pasó a ser un señorío gobernado por la monarquía británica y después un Reino que era básicamente un Estado cliente de Londres.
Finalmente en 1800 se fundó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, tras la aprobación del Acta de Unión por parte del Parlamento irlandés, en Dublín.
Pero desde sus inicios y a lo largo del siglo XIX, hubo una fuerte oposición en Irlanda que poco a poco se transformó en una violenta insurrección.
Hubo incluso estériles intentos de restablecer el Reino de Irlanda.
La lucha por más autonomía
En ese contexto, a finales de siglo, nace el movimiento «Home Rule» (autogobierno), que abogaba por más autonomía y la creación de un parlamento irlandés dentro de Reino Unido, para asuntos internos, mientras que los asuntos imperiales seguirían tratándose en Westminster, Londres.
Niamh Gallagher, profesora de historia moderna británica e irlandesa de la Universidad de Cambridge, destaca que los líderes del movimiento «Home Rule» no pedían independencia.
«Pedían un grado de devolución (de poderes) dentro de Reino Unido. Un poco como lo que hoy tienen Escocia o Gales», le dice a BBC Mundo
Pero también había nacionalistas irlandeses, principalmente católicos, que querían separarse por completo de Reino Unido.
Al otro lado del espectro político se encontraban los unionistas, protestantes en su mayoría, que vivían principalmente en el noreste de Irlanda.
Eran leales a la corona británica y temían convertirse en minoría en una Irlanda independiente.
En la década de 1870, cada vez más políticos británicos consideraban que Irlanda debía tener una mayor voz en sus asuntos internos.
Y líderes, como el exprimer ministro británico William Gladstone, apoyaban la creación de un «gobierno autónomo» en Irlanda e intentaron, sin éxito, aprobar leyes para darle más autonomía.
Formación de milicias
No obstante, la elección general de 1910 cambió el panorama político: los nacionalistas irlandeses ganaron la mayoría de los escaños de Irlanda.
Fue un voto que sirvió para ejercer más presión sobre Londres y exigirles que les devolviera algunos poderes.
Así fue como el entonces primer ministro Herbert Asquith presentó el tercer proyecto del ley de autonomía de 1912, cuya firma se retrasó hasta 1914 y luego fue suspendida tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Horrorizados ante el proyecto de ley que los alejaría de Londres, los unionistas firmaron inmediatamente una petición en protesta y fundaron la Ulster Volunteers, una milicia cuyo objetivo era bloquear un autogobierno nacional en Irlanda.
Para enero de 1913, la Ulster Volunteers ya contaba con cerca de 100.000 miembros y habían logrado contrabandear decenas de miles de rifles desde Alemania hasta Úlster, una provincia histórica en el norte de Irlanda.
Al observar lo que estaba sucediendo en Úlster, un grupo de nacionalistas se preparó para defender el autogobierno y fundó ese mismo año la organización paramilitar Voluntarios Irlandeses, que también se armó.
Las tensiones aumentaron entre nacionalistas y unionistas hasta tal punto que Irlanda estaba al borde de la guerra civil.
Dos eventos determinantes
Para intentar aliviar las tensiones, en la Cámara de los Lores, en Londres, se sugirió un plan de partición temporal, en el que seis condados de la provincia de Úlster seguirían siendo gobernados por Reino Unido.
El estallido de la Primera Guerra Mundial había hecho que las tensiones disminuyeran; tanto los nacionalistas como los unionistas habían tomado las armas contra los alemanes.
Pero a dos años del comienzo de la guerra, el 24 de abril de 1916 ocurrió una rebelión en Dublín que trascendió como el Alzamiento de Pascua, cuyo objetivo era poner fin al dominio británico en Irlanda y establecer una república independiente.
El ejército británico logró en cinco días controlar la insurrección que dejó 116 muertos, 368 heridos y nueve desaparecidos.
La historiadora Niamh Gallagher asegura que 1916 y 1918 fueron años determinantes en el futuro de Irlanda.
Y es que, a pesar de su fracaso militar, el Alzamiento de Pascua puede considerarse como un punto importante en la eventual creación de la República de Irlanda.
Mientras que en las elecciones generales de Irlanda de diciembre de 1918 el partido nacionalista Sinn Féin ganó 73 escaños de 105.
Tras esa victoria, sus diputados se negaron a sentarse en Londres y, en cambio, fundaron a principios de 1919 el Dáil Éireann: su propio parlamento en Dublín.
La guerra de independencia
En su primera sesión parlamentaria, el 21 de enero de 1919, el Sinn Féin declaró la independencia de Irlanda, ratificando la Proclamación de la República Irlandesa de 1916.
Pero el gobierno británico se opuso y su negativa a aceptar la declaración desencadenó ese mismo día la Guerra de Independencia de Irlanda.
El Sinn Féin transformó la organización Voluntarios Irlandeses en el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés), quienes iniciaron una guerra de guerrillas.
Los violentos enfrentamientos hicieron que el primer ministro británico, David Lloyd George, creara un comité para encontrar una solución.
Sólo en junio de 1920, veinte personas murieron en la ciudad de Londonderry, en el norte de la isla.
Pero el foco del derramamiento de sangre fue Belfast, la capital de Irlanda del Norte.
Más de 450 personas fallecieron en esa ciudad entre junio de 1920 y julio de 1922.
La «rápida» solución
Niamh Gallagher, de la Universidad de Cambridge, explica que, en ese contexto, Londres necesitaba encontrar una solución rápida al conflicto.
Desde 1912, el gobierno británico barajó una amplia variedad de opciones para Irlanda, una de ellas era dividir la isla.
«En 1919-1920, la partición se convirtió en la solución preferida para la llamada ‘cuestión irlandesa’, aunque no se había acordado dónde estaría exactamente la frontera».
Las recomendaciones del comité, encargado por el gobierno británico y presidido por el unionista Walter Long, formaron las bases del Acta del Gobierno de Irlanda de 1920, con la que la isla seguiría unida a Gran Bretaña, pero se le devolverían ciertos poderes.
Con esta ley se logró la ansiada autonomía en Irlanda.
Pero, según el mismo acta, la isla sería dividida en Irlanda del Norte e Irlanda del Sur, que más tarde se transformaría en el Estado Libre de Irlanda.
Una solución controvertida
El Acta del Gobierno de Irlanda de 1920 no dejó satisfechos ni a los nacionalistas ni a todos los unionistas.
«No se consultó a la gente ni a los diferentes grupos. Se hizo eficazmente a puerta cerrada», destaca Gallagher.
Muchos unionistas de Úlster apoyaban la ley, pero no todos: algunos querían nueve condados en lugar de seis.
Los católicos del norte no la apoyaban en absoluto, se convirtieron en una minoría dentro de la nueva Irlanda del Norte y fueron vistos por el nuevo gobierno unionista más como un problema durante las décadas que siguieron.
Para Gallagher, la partición era una solución diseñada para pueblos homogéneos, pero en la isla no había tal homogeneidad.
«Gran parte de los nacionalistas, que eran mayoría en Irlanda, no apoyaban el acta y tampoco lo hacían la mayoría de los protestantes que vivían en el sur de la isla y en los tres condados sureños de Úlster, que no fueron incluidos en Irlanda del Norte, porque se quedarían fuera de Reino Unido«, señala la historiadora.
«Los republicanos irlandeses, del norte y del sur, nunca han aceptado (la partición). Si hubo un grupo que salió satisfecho fueron los unionistas de Úlster, quienes no estaban completamente convencidos, pero estaban preparados para hacer que funcionara».
Estado Libre Irlandés
El costo de la guerra y la destrucción aumentaban rápidamente, en un periodo en que el gobierno británico necesitaba lidiar con los múltiples problemas sociales y la depresión económica que había dejado la Primera Guerra Mundial.
Así que tanto el rey como los principales líderes religiosos pidieron el fin de la violencia.
Tras meses de negociaciones, el Tratado anglo-irlandés de 1922 marcó el fin de la guerra, permitiendo la creación del Estado Libre Irlandés, que tendría su propio gobierno, parlamento, ejército, pero que seguiría formando parte del Imperio británico.
Muchos nacionalistas no apoyaban el tratado, pero sentían que era un paso más hacia la independencia y el parlamento terminó aprobándolo por una estrecha mayoría.
Por su parte, los unionistas de Úlster sentían que el tratado violaba el Acta del Gobierno de Irlanda de 1920 y se separaron del Estado Libre Irlandés pocos días después de su creación, en diciembre de 1922.
Una partición «marcada por dos extremos»
Pero en vísperas de la entrada en vigor del polémico pacto estalló una sangrienta guerra civil que enfrentó a las fuerzas del gobierno provisional, que apoyaban el tratado, y al IRA, que lo rechazaba.
Los enfrentamientos se prolongaron hasta 1923 y dejaron miles de muertos y profundas heridas en las sociedades en ambos lados de la frontera norirlandesa.
Finalmente en 1937 se redactó la Constitución de Irlanda que fundó la República que conocemos actualmente.
La periodista de la BBC en Irlanda del Norte, Catherine Morrison, considera que la partición de Irlanda y la creación de Irlanda del Norte hace 100 años estuvo marcada por dos extremos.
«Por un lado, 1921 fue un año de grandes escenarios políticos, de discursos, de pompa y ceremonia. Lejos de todo eso, la gente corriente en el nuevo estado de Irlanda del Norte vivía sus vidas en un contexto de violencia latente», explica.
Y a partir de 1922, esa violencia se convirtió en «una paz incómoda».
«Pero el malestar sectario sería una característica peligrosa de Irlanda del Norte durante las próximas décadas», añade.
¿Una Irlanda Unida?
De hecho, ese malestar sectario se intensificó a lo largo de los años y las tensiones comunitarias aumentaron en Irlanda del Norte con campañas de desobediencia civil que dieron origen a «The Troubles» (los problemas), un sangriento y traumático conflicto entre unionistas y nacionalistas, que duró 30 años y terminó con la firma del Acuerdo de Viernes Santo en 1998.
La historiadora Niamh Gallagher cree importante destacar que tras la firma del acta de 1920 aún existía la posibilidad de revisar la frontera entre Irlanda del Norte e Irlanda del Sur.
«En 1924-1925 se le encargó a un comité que revisara la frontera. Al final sus hallazgos fueron suprimidos y la frontera que se había decidido en el acta de 1920 quedó allí».
A cien años de la partición de Irlanda, muchas personas en ambos lados de la frontera creen que en el futuro esta podría desaparecer, dándole paso a una Irlanda Unida.
Según una encuesta encargada por el programa Spotlight de la BBC, una pequeña mayoría en Irlanda del Norte cree que la región se habrá separado de Reino Unido en 25 años.
El 49% de los encuestados dijo que votarían por permanecer en Reino Unido si hubiera una encuesta fronteriza hoy, mientras que el 43% respaldaría una Irlanda unida y el 8% no sabe.
Pero cuando se les preguntó si pensaban que en 25 años Irlanda del Norte continuaría formando parte de Reino Unido, el 51% de las personas en la región dijo que no.
«En realidad, ningún partido político ha elaborado un caso convincente para atraer a votantes del ‘otro lado'», señala Gallagher.
«Décadas sin comunicación entre el norte y el sur, «The Troubles» (…), además de los niveles considerables de desconfianza del ‘otro lado’, han hecho que los partidos nunca hayan trabajado duro para ir más allá de su base de votantes», prosigue.
«Pero los próximos años nos indicarán cuánto éxito tienen los partidos vendiendo una Unión (de la isla) o una nueva Irlanda«.